Un día un amigo me contó una historia de un catedrático de universidad ya retirado de casi 90 años. Habían quedado en casa del catedrático y cuando ya pasó un tiempo de estar conversando, éste le comentó que tendría que dejarle pues tenía la siguiente hora ocupada. Mi amigo, algo extrañado pensando en el concepto clásico de la jubilación no pudo evitar la curiosidad y le preguntó si tenía alguna cita. El viejo profesor le miró a los ojos y con una sonrisa divertida le comentó que tenía la clase semanal de ruso. Mi amigo no pudo menos que sorprenderse y con ojos de admiración salir de la casa.
Me imagino que todos en alguna manera nos podemos quedar algo extrañados de un hecho que igual no debería de sorprendernos. Y es que tenemos un concepto a veces tan centrado en los objetivos y resultados, que nos olvidamos del placer del proceso. Sí, el famoso viaje a Itaca. Y es que, tanto refuerzo externo hace olvidar la responsabilidad del propio crecimiento por el mero hecho de ser mejor profesional y persona. No puedo dejar de contar la historia con enorme orgullo al catedrático desconocido pues conforme la cuento más alimenta mi propia búsqueda. Y es que necesitamos nuestros héroes, nuestros modelos para al menos tener influencias positivas en aras a un aprendizaje per se, más allá de si conlleva aumento salarial o de si me dará una mayor empleabilidad.
En realidad hablamos de aprender por aprender. Y por lo tanto, en sentido contrario a algunos títulos de mis conferencias, sería algo así como Emprender a Aprender. Nunca es tarde para dar este primer paso al conocimiento en el área que sea, al fin y al cabo, nunca es tarde para nada. Por eso, una actitud abierta hacia el aprendizaje es la mayor virtud del ser humano, es el poso de su creatividad, imaginación, crecimiento y en el fondo de la profunda humildad de saber que todo está por descubrir.