Llevaba tiempo escribiendo un libro de novela management, un año y medio para ser concreto, y había llegado ya a la primera parte, el paso del directivo (el que dirige, el que lleva recto dice el diccionario de la lengua española, también el que guía, el que gobierna…) al líder (persona a la que un grupo sigue reconociéndola como jefe u orientadora). El reto era la segunda parte del líder al coach. La tranquilidad de la noche y la inspiración de los viajes por trabajo hicieron el resto.
Pretendo a través de un diálogo continuo entre un empresario y un coach, repartido en dos partes y en veintiséis capítulos, debatir, reflexionar, dudar y sobre todo conocer mejor qué pasa en la mente de las personas en los procesos de dirección. La otra noche, eran ya casi las dos de la madrugada, enfrascado en mis personajes y metido de lleno en la historia, me di cuenta que el coach se despedía del empresario. Casi sin saberlo, estaba cerrando el libro. ¡Se lo pueden creer! Tenía en mi esquema dos capítulos más por desarrollar, pero el libro me pidió cerrarlo ahí. El coach quería dejar libre al empresario en su vuelo. Así fue la sensación que tuve. Estaba escribiendo las últimas palabras, me paré, me di cuenta, y respeté la historia. Pero me sobrecogí al descubrir que el libro tenía su propia vida y me había dejado fuera a mí. Fue una mezcla agridulce, pues aunque siempre es un sacrificio trabajar a esas horas, noté como iba a echar de menos a los personajes. No se si me llegarán a entender, pero les aseguro que algo de mi se quedó en ese libro. Algo importante. Respeté el curso del propio libro, y me despedí lo mejor que pude desde la propia sorpresa. Me salió una sonrisa burlona al irme a dormir. ¡Ese libro tiene vida…!
PD. El libro tiene por título: “el viaje del talento: del liderazgo al coaching”